jueves, 21 de mayo de 2015

Parrillas televisivas colombianas: ¿a quiénes se dirigen: ciudadanos o consumidores?

Por HEIDY KATHERINE ESPINOSA
Para comprender la televisión en la actualidad, hay que entender las transformaciones que ha sufrido a lo largo de su historia, y por ello, se hace necesario conocer las etapas o momentos coyunturales de la misma. Humberto Eco define dos primeras etapas de la televisión. La primera conocida como Paleotelevisión, que va desde su surgimiento hasta la crisis de la tv pública en los años 80’s, posteriormente, la Neotelevisión vigente en la actualidad que ha llenado nuestras parrillas de nuevas ofertas e interacción con las audiencias.
Las contundentes transformaciones en las formas de hacer y ver televisión, se dan  posteriormente de la crisis de televisión pública, permeada por la penetración de las nuevas tecnologías de información y comunicación, así como los costos que acarreaba la producción televisiva. Sobre esta coyuntura, Gustavo Orza afirma que “la televisión que se ofrecía como servicio público hoy ha desaparecido para dar paso a una televisión de productos y con oferta homogeneizada que emerge como resultado de la lucha entre los programas por conseguir el máximo de audiencia”[1]
En Colombia durante el periodo de Paleotelevisión alrededor del año 1955, se dio paso al modelo mixto de televisión: televisión pública estatal y la empresa de televisión comercial compuesta por la Cadena Caracol y RCN, a quienes se les arrendó parte de los espacios en la televisora nacional, que más tarde pasó a llamarse Inravisión, y que es en la actualidad conocida  como Señal Colombia.
A partir de la constitución de 1991  que otorga libertad para crear medios de comunicación,  nació  la Comisión Nacional de Televisión como ente rector de los contenidos televisivos en 1995, que hoy por hoy se conoce como la ANTV; y ya en   1997 la CNTV dio licitación para los canales privados Caracol y RCN, los cuales entraron en funcionamiento en 1998, terminándose el modelo mixto de televisión para pasar a la televisión privada que se conoce hoy en día.
En esta convergencia entre televisión pública y las cadenas de televisión privada que van surgiendo y extendiéndose, se va removiendo a la televisión pública a un segundo plano, pues los nuevos contenidos de la neotelevisión ofrecen diversidad de manera que la programación es más dinámica y atractiva para los televidentes. 
Si bien con el enriquecimiento de la Neotelevisión se pensaron nuevos formatos y géneros, en las cadenas privadas se ha evidenciado en los contenidos de sus parrillas. Por un lado, la internacionalización de contenidos producidos por las cadenas en convenio con otras canales, mayormente telenovelas que han llegado a muchos lugares del mundo con nuevas versiones, así como el éxito de formatos internacionales traídos al país, tales como realities shows y programas de concurso que son producto de los nuevos formatos de la Neotelevisión.
La televisión “desde la década de los años 60 se ha convertido en el medio más importante de transmisión de representaciones sociales, también de representaciones sobre el acontecer diario.”[2] En este sentido, lo que los individuos consumen forma parte de un pequeño espejo de la realidad, un reflejo distorsionado que las industrias han creado  y que, en algunos casos, por ejemplo la niñez, pueden tomar muy a la ligera.
Así que, si se hace una pequeña exploración sobre la parrilla de los canales privados en la actualidad, se encontrará una oferta limitada de telenovelas, programas de concurso, realities, una oferta cíclica que vuelve al mismo punto, circula lo que más se vende. Desde el inicio de la televisión colombiana se ha pensado en la televisión como un consumidor-televidente, más no como un ciudadano, con capacidad crítica para discernir sobre los contenidos y sobre todo con capacidad de elección.
Esta última, la criticidad de los ciudadanos, la notó la televisión y permitió el  paso a la neotelevisión, pues aquí juega la capacidad del televidente para participar. Sin embargo, esta nueva cualidad de la televisión fue aprovechada por la industria – pues por televisión se puede hablar de los contenidos en sí mismos o de quien los produce, y en este punto me refiero a los segundos – para atraer a sus audiencias a productos mediocres de consumo masivo, en los que el televidente creyese que su opinión era importante, mientras consume televisión basura.
Así, el vote en línea, envíe un mensaje, llame ya, es una muestra inverosímil de participación. El tema de participación en la televisión tanto pública como privada, es decir, la televisión en general, es mucho más amplia que ello.
Consiste, como lo he mencionado ya, en la capacidad del ciudadano para ser crítico frente a los contenidos, su decisión de verlos o no verlos y sobre todo, de opinar sobre la pertinencia de los programas dentro de una parrilla, con argumentos válidos, claro está, a las cadenas televisivas a través de la figura no muy reconocida pero si muy necesaria, del ombudsman o defensor del televidente.
Cabe decir que los contenidos que se transmiten en la televisión colombiana, no crean ciudadanía, no entretienen, no culturizan, sin embargo, parecen ser representaciones de la realidad que pueden prestarse para formar falsos juicios sobre lo que se transmite.
Vale la pena traer a colación, el concepto sobre televisión pública que Martín Barbero, Omar Rincón y Germán Rey afirman debe asumirse “como un lugar decisivo en la construcción de los imaginarios sociales y las identidades culturales, dándose entonces como proyecto específico contribuir en el ejercicio cotidiano de una cultura democrática, y en el reconocimiento de la multiculturalidad del país y del mundo.”[3] Pues no puede ser solo tarea de la televisión pública, la construcción de identidad cultural.
Este postulado no se hace tan ajeno si se revisa la ley 335 de 1996 en su artículo 11 cuando declara que “Los operadores privados del servicio de televisión deberán reservar el 5% del total de su programación para presentación de programas de interés público y social. Uno de estos espacios se destinará a la Defensoría del Televidente. El Defensor del Televidente será designado por cada operador privado del servicio de televisión.”[4]
Sin embargo, solo hasta el 2000 apareció esta figura y no para televisión, si no para prensa escrita en El tiempo. Hoy por hoy, los canales tanto privados como públicos, pues en 2007 la CNTV aplicó la misma reglamentación para la televisión pública (resolución 01 de 2007), tienen esta figura, dada la obligación, pero no hacen un correcto funcionamiento de este recurso.
Hay que decir, que no basta con la presencia del programa de defensoría o la labor dentro de un canal, o para un programa determinado, se necesita la participación de la audiencia. Para citar un ejemplo, puedo mencionar  Control TV, programa de defensoría del televidente del canal TRO. El programa se define como “un espacio de formación ciudadana, en el que los televidentes expresan sus inquietudes o molestias sobre lo que ven en cualquiera de los programas que se emiten por el Canal TRO”[5]
No obstante, si se hace una revisión minuciosa y detallada de todas las entregas de este programa, se notará que en algunos capítulos los temas se salen del marco de responsabilidad social de la televisión en cuanto a los contenidos de la parrilla del canal TRO. Esto, probablemente porque hayan sido las inquietudes presentadas por las teleaudiencias y esto indica, que las audiencias no tienen muy claro la defensoría del televidente o están conformes con los contenidos que consumen.
Sobre este segundo aspecto, quisiera agregar que es más bien una cuestión de que los contenidos están siendo vistos por audiencias pasivas, y por tanto, retorno a mi tesis inicial, que es responsabilidad de los televidentes, que los tomen por ciudadanos o consumidores. Si se trata de teleaudiencias pasivas, estas no presentarán queja sobre los contenidos o la parrilla y por tanto, programas como la defensoría del televidente, pueden quedar como relleno o incluso sobrar en la programación por falta de vigencia e importancia.
Pero estudiando de manera concienzuda lo que se ve tanto en los canales locales como regionales o nacionales, se sabe que no es así. La televisión Colombiana necesita una revisión exhaustiva en la forma de presentar sus contenidos, y programar sus parrillas, y por tanto, programas como control TV  deben tomar más importancia en los televidentes.
La televisión colombiana  no debe quedar como medio de entretenimiento, ambas deben aprovechar la neotelevisión y la capacidad de participación de los ciudadanos-televidentes, para que se creen contenidos para la ciudadanía y el ejercicio de la democratización.
No se está obviando el factor de la televisión como industria, la contradicción entre televisión pública y privada frente a lo económico es clara. En Colombia, la televisión pública no tiene los recursos suficientes y sin embargo, se las apaña con lo poco que tiene; mientras que la televisión privada es una industria completa que ejerce en función del capital, que ve en la ciudadanía el índice monetario y están representados en rating.
Corresponde entonces a los ciudadanos que invertimos horas en la televisión, ya sea pública o privada, hacer uso de nuestros recursos, de la capacidad crítica y aprovechar los espacios de defensoría, para que seamos nosotros mismos quienes nos demos a conocer como ciudadanos más no como consumidores, a través de la construcción de identidad cultural desde lo que vemos en la televisión y esto requiere, capacidad de elección.


[1] ORZA, Gustavo. Programación televisiva. La crujía ediciones. Buenos Aires: 2002. Pp 21. 
[2] CASETTI, F. y DI CHIO, F. Análisis de la televisión. Paidós. Barcelona: 1998.
[3] BARBERO, Jesús. REY, Germán. RINCÓN, Omar. Televisión pública, cultural, de calidad. Publicado en Revista Gaceta, Nr. 47. Bogotá: 2000. Ministerio de Cultura. P 50 Disponible en: http://www.comunicacionymedios.com/comunicacion/television/textos/martin_barbero_tvpublicacalidad.htm (Consultado en: 27/10/14)
[4] Ley 335 de 1996  art. 11
[5] Disponible en web: http://www.canaltro.com/webtro/

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