Por: Ángela Patricia Sarmiento Díaz
La televisión constituye uno de los medios de comunicación más efectivos respecto a la transferencia de información y reconocimiento de culturas y etnias. Por esta razón, debe estar en función de la pluralidad y la divulgación de las raíces de los pueblos, contribuyendo así a la lucha contra la desaparición de las etnias y el cumplimiento de los derechos de todos los ciudadanos.
La pluralidad en los medios de comunicación ha sido una lucha constante desde los años 70, tiempo hasta el cual los regímenes dictatoriales gobernaban varios países de América Latina y en el cual, emergían las políticas nacionales de comunicación, que cómo las describía E. Fox, estaban enmarcadas en la preservación de tradiciones culturales y creativas, y la formulación de políticas beneficiosas para los numerosos sectores desfavorecidos de la sociedad [1].
Pero es hasta los años 80 cuando en la Televisión comienzan a permearse los temas relacionados con la pluralidad y heterogeneidad, vistos por los máximos poderes como descentralizadores y reformadores de políticas privadas que terminarían dispersando el poder en los sectores regionales. Sin embrago, y ante todas las críticas, las minorías étnicas sentían la necesidad, después de tanto tiempo de ser excluidas, de darse a conocer y verse ellas mismas con su tradiciones, costumbres, religiones y diferentes aspectos que los distinguen entre sí, pero que aportaron para la creación de la cultura que constituye todo un país.
Como resalta Jesús Martín Barbero en su texto, La comunicación plural. Paradojas y desafíos…” Al fin y al cabo no es desde la pomposa y retórica «identidad nacional» como se va a poder enfrentar la globalización trasnacional sino desde lo que en cada país queda culturalmente más vivo. Lo que está implicando que cultura regional o local signifique entonces no lo que queda de exótico y folclorizado, la diferencia recluida y excluyente, sino lo que culturalmente es capaz de exponerse al otro, de intercambiar con él y recrearse” [3].
En Colombia como en casi todos los países de América Latina y el Caribe los grupos étnicos tienen presencia en el territorio nacional, sobreviviendo, a través del paso del tiempo, el desplazamiento y constantes exclusiones sociales.
En el país La Comisión Nacional de Televisión, CNTV, es la encargada de proporcionar todas las garantías para que dichos grupos étnicos puedan tener acceso y participar en el contenido de los programas de televisión, todo esto a través del acuerdo 0001 del 2 de Mayo de 2005.
ARTICULO PRIMERO. DEFINICIÓN DE TELEVISIÓN ÉTNICA. Es el servicio público de televisión, operado por el Estado, los particulares o los grupos étnicos reconocidos, con plena independencia del Gobierno y las fuerzas políticas y económicas, con el propósito de difundir, fortalecer, reconstruir, reconocer y divulgar la cultura y los valores de los grupos étnicos, de garantizar el pluralismo y la participación de sus miembros en la vida democrática.
Por otra parte, es evidente la relación que existe entre cultura y comunicación, esta temática ha tomado interés y es de actualidad como consecuencia del debate que se mantuvo en el contexto latino-americano a mediados de los años ochenta, liderado por Jesús Martín-Barbero y Néstor García Canclini, entre otros. El escenario que dichos autores construyeron contribuyó a facilitar la inserción del modelo propuesto más tarde por el mexicano Guillermo Orozco; investigador que exploró de manera más estrecha la relación de la audiencia con los medios, particularmente con la televisión.
Los dos primeros autores rompen con tendencias teóricas más arraigadas en un pensamiento tradicional y parten de una idea amplia de cultura; considerándola como una relación entre producción, circulación y consumo del conjunto de productos simbólicos concebidos por una determinada sociedad. Martín-Barbero busca en la historia la reconstitución del proceso de la masificación, demostrando que es anterior a la existencia de la industria cultural; y Canclini indaga sobre las relaciones y aportaciones de la sociología, antropología, historia del arte y estudios de comunicación, y defiende la evidencia de que la cultura contemporánea es «híbrida», en el sentido de que tiene un carácter que ni es culto, ni popular, ni masivo [4].
Las dos vertientes reconocen y valoran la relación entre cultura y comunicación y, aparte de redescubrir la naturaleza de una comunicación que hace más intensa la relación entre emisión y recepción, nos invitan a abrir un interesante debate sobre la comunicación y la identidad cultural.
La identidad es la que constituye la capacidad de considerarse a uno mismo como objeto y en ese proceso ir construyendo una narrativa sobre sí mismo. Pero esta capacidad sólo se adquiere en un proceso de relaciones sociales mediadas por los símbolos. La identidad es un proyecto simbólico que el individuo va construyendo. Los materiales simbólicos con los cuales se construye ese proyecto son adquiridos en la interacción con otros.
La identidad también presupone la existencia de otros que tienen modos de vida, valores, costumbres e ideas diferentes. Para definirse a si mismo se acentúan las diferencias con los otros. La definición del sí mismo siempre envuelve una distinción con los valores, características y modos de vida de otros. En la construcción de cualquier versión de identidad la comparación con el “otro” y la utilización de mecanismos de diferenciación con el “otro” juegan un papel fundamental: algunos grupos, modos de vida o ideas se presentan como fuera de la comunidad [5].
Sin embargo, no es sólo la posibilidad de participar o contar con las leyes que aseguren su aparición en un canal de televisión lo que preocupa a las minorías, el espacio de tiempo y la forma en que son mostrados puede convertirse en un riesgo para la supervivencia de sus tradiciones, costumbres y creencias que en muchas ocasiones son tergiversadas.
Para Barbero, la comunicación y aparición en los medios es vivida como una posibilidad de romper la exclusión y marginación pero al mismo tiempo, dentro de las comunidades este proceso representa una amenaza a la conservación de sus culturas debido a la larga y densa experiencia de las trampas a través de las cuales han sido dominadas [6].
Por otra parte, es posible atribuirle también, tanto a los medios de comunicación como a las audiencias, los estereotipos y prejuicios que se han creado en el imaginario colectivo con respecto a las minorías en Colombia, convirtiéndose en las bases sobre las cuales se construyen muchas de los relatos mediáticos de identidad. La diferencia entre estereotipo y prejuicio es bastante leve. Se digna como estereotipo a un conjunto de características generalizadas, y simplificadas, en forma de etiqueta verbal, sobre grupos sociales determinados. El estereotipo asigna valores negativos o positivos a tales grupos, y genera actitudes de aceptación y rechazo [7].
Por todo lo anteriormente expuesto, se hace necesario un compromiso real por parte de los canales tanto privados como públicos, nacionales y regionales, para que aporten al crecimiento de las etnias, el fortalecimiento de sus costumbres y principalmente su reconocimiento dentro de la sociedad. Brindándoles siempre espacios adecuados, amplios y oportunos, a los cuales tienen derecho por el simple hecho de ser ciudadanos.
BIBLIOGRAFÍA
[1] E. Fox (ed.): Medios de comunicación y política en América Latina, Gustavo Gili,
Barcelona, 1989, p. 40.
[3] MURCIANO, Marcial. Las políticas de Comunicación ante los retos del nuevo milenio: Pluralismo, diversidad cultural, desarrollo económico y tecnológico y bienestar social. pp. 381 – 382
[4] NILDA, Jacks. Estudios sobre la recepción televisiva y la identidad cultural Estudios sobre la recepción televisiva y la identidad cultural. Comunicar; 2008.
[5] LARRIN, Jorge. Revista FAMECOS, Porto Alegre, nº 21. agosto 2003.
[6] MARTÍN BARBERO, Jesús.
Oficio de cartógrafo, Travesías latinoamericanas de la comunicación en la cultura.
Fondo de Cultura y Economía, 2002.
[7] PIÑUEL, José Luis; y Gaitán, Juan Antonio. Metodología General: conocimiento científico en investigación en la Comunicación Social. Madrid: Síntesis 1995. pp. 324
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